La
RAE define asertividad como la cualidad de expresar la propia opinión de una
manera firme. El ejercicio del poder asertivo no tiene, pues, nada que ver con
la mala prensa que a menudo se ha ganado en el imaginario colectivo la virtud
de utilizar las palabras adecuadas para que los derechos no sean pisoteados
impunemente.
La
competición del pádel, por las propias características de este deporte, brinda
durante un partido innumerables situaciones en las que los actos de afirmación
deben ser expresados con libertad y con la energía precisa para ser tenidos en
cuenta. El bote de la pelota, las líneas, las fronteras minúsculas entre el
cristal, la malla, el suelo, la altura del bote que precede al saque, la invasión
del campo contrario o, más sutil, del
territorio después de la línea de saque antes de que la bola cruce el
mediocampo, los gritos cuando va a golpear el contrario, el cantar “out” antes
de tiempo, los gestos fuera de lugar o amenazantes...
El
pádel, como escuela de la vida, exige a los participantes que no desistan del
deber de pronunciarse con sinceridad y energía sobre los hechos para que el
juego se desarrolle en un clima de respeto a la igualdad de oportunidades. Todos
hemos sentido vergüenza ajena y hemos sufrido alguna vez cuando hemos visto a
una pareja empeñada en ganar a toda costa, robar bolas y amilanar a la
contraria por mostrarse pusilánime.
Una
vez que la falta de capacidad asertiva de una pareja queda en evidencia y se
intuye que así va a seguir siendo hasta que acabe el partido, nosotros como
espectadores no podemos intermediar en la resolución de conflictos dentro de la
pista, cual sí lo puede hacer un juez federativo. Aun en este caso, no es una
buena filosofía cifrar la administración de Justicia en figuras externas a la
competitiva; parece a todas luces más adecuado desarrollar y potenciar los
mecanismos de defensa y autoafirmación necesarios en origen para la supervivencia
del modelo que cada individuo representa. El pádel como ejercicio de
aprendizaje vital.
© Santi Casal, 2017
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